sábado, 17 de diciembre de 2011

Un salon muy largo



Me encuentro en la entrada de un largo y oscuro salón. Del lado derecho de la habitación están colocadas una serie de camas alineadas una detrás de otra, cama tras cama tras cama, formando una larga fila que se extiende a todo lo largo de la pared, empequeñeciéndose paulatinamente por efecto de la perspectiva hasta llegar al final. Las paredes son muy altas y unos pequeños bombillos emiten una débil y amarillenta luz que apenas iluminaba las pardas paredes. La escena recuerda la atmosfera fantasmagórica, la fantástica extrañeza de los cuadros de Giorgio De Chirico. Noto que al final del salón hay un cuarto con la puerta abierta, el cual esta mas iluminado que el lóbrego salón donde me encuentro. Decido caminar hasta esa habitación para investigar. Mientras avanzo hacia el otro extremo de la sala, puedo notar que las camas están herrumbradas, y las paredes desconchadas por la humedad y el abandono de los años. La vaga sensación de horror que me inspira el sitio se incrementa al notar que las sabanas de las camas estan amarillentas y muy sucias, algunas con negruzcas manchas de vieja sangre. Esto parece la crujía de un hospital abandonado, pienso. Avanzo cautelosamente, ya que siento una sensación de repulsión, de desagrado combinado con miedo a algún horror innominado en ese extraño lugar. ¿Qué clase de sitio es este?

Mientras llego al final del salón puedo notar que esta comunicado con la próxima habitación por un marco sin su correspondiente puerta. Me acerco mas y veo que el cuarto siguiente hay una cama y sobre la cama está acostada una mujer desnuda. La chica es pelirroja, joven y muy hermosa, sus pechos redondos, sus pezones rosados. Ella, sin hablarme, me mira de con una lubrica sonrisa que me invita a poseerla. !Sexo!, luego de una larga abstinencia… No pienso dos veces para aceptar su invitación y me apresto para una inesperada sesión de placeres carnales. Pero cuando estoy por cruzar el umbral me detengo: veo que la chica esta sujeta la cama por medio de tiras de tela blanca que la atan de brazos y de piernas. También noto con consternación que la chica está dormida. Parece ser una enferma, quizás una paciente psiquiátrica, amarrada debido a violentos arranques de furia irracional. ¿Pero cómo es posible, si acabo de verla despierta y sonriéndome? ¿Acaso eso ultimo fue una alucinación mía? Mientras cavilo, entra a la habitación por otra puerta una enfermera que sin notar mi presencia, rápidamente le toma el brazo a la pelirroja, saca una aguja hipodérmica del bolsillo y comienza a ponerle una inyección. La enfermera es una mujer madura, regordeta y de pelo canoso. Mientras le inyecta el brazo a la chica, me lanza una dura mirada de recriminación. Yo no le hablo, pero pienso para mí: “Hey, hey, yo sé, yo sé, yo no pensaba violar a nadie, no soy una bestia”. Avergonzado, me retiro y noto que a la derecha hay otra puerta que conduce a una nueva sala.

Cuando entro a la otra habitación me doy cuenta de que es una tasca española. A la izquierda de la puerta está la barra del bar, dispuesta en forma de una ‘L’ invertida. Me detengo a examinar la barra, hecha de fina madera pulida, que deja ver las vetas de la madera. Encima de la barra están dispuestas varias filas de copas colgadas al revés, y de un resquicio cuelga un jamón ibérico. Sobre el soporte de madera del que cuelgan las copas, hay una bodega en forma de tramado donde reposan numerosas botellas de vino. Entonces veo que en la esquina de la barra, hay un señor mayor sentado. Con asombro, me doy cuenta de que es Borges. ¿Pero, como es posible?, me pregunto. ¿Qué diablos hace Borges aquí? Noto que el maestro sostiene en la mano una pequeña copa de oporto. No toma el licor, solo lo huele. Borges no me puede ver, pero seguramente me ha escuchado entrar e instintivamente levanta la cabeza y la dirige hacia mí, como si esperara a que yo le dirigiera la palabra. Pienso en decir algo pertinente. Pienso en una pelea de cuchilleros en Palermo. Pienso en antiguos reyes sajones. Pienso en un oscuro laberinto en el mediterráneo. Pienso en Monk Eastman, proveedor de iniquidades. Pienso en el hombre que vio a último lobo de Britania. Pienso en remotos heresiarcas del levante. Pienso en que la copula y los espejos son abominables, porque multiplican y perpetúan el número de los hombres. Pienso en Snorri Sturluson. Pienso en el extraño ciervo de un solo lado. Meras enumeraciones. Solo entonces comprendo que lo mejor es mantener un honroso silencio. Con gran respeto paso al lado del venerable anciano, y sigo hacia el interior del bar, para continuar mi exploración del sitio.

Comienzo a examinar la decoración del lugar: Cuadros decimonónicos mostrando la caza de un desventurado zorro, antiguos palos de golf, publicidad de la cerveza Guinness, un viejo juego de dardos. Algo anda mal, esto no es una tasca española, esto es un pub Ingles. Pronto noto que el sitio es mucho más grande de lo que pensaba, y además está repleto de gente. Ahora estoy sentado en una mesa del bar, departiendo alegremente y tomando cerveza Kilkenny con Andrew, Jazmín, Joel, Joyce, Juan y Nito. Ah, y la linda rubia que sirve las cervezas en la barra…. Eh, un momento, esa rubia la conozco, la recuerdo de antes, ¿pero de donde? Pronto todo me llega a la memoria: Este no es cualquier pub, este el pub Irlandés que está en John Street en Toronto, cerca de los cines de Wellington, y esta reunión ocurrió antes, cuando trabajaba en el proyecto de Canadá Life. Esto es el pasado. ¡Coño, estoy en un sueño! Veo a rubia de la barra: es ella sin duda, muy linda, vestida de uniforme negro. La había olvidado por completo. Me maravillo viendo los detalles tan nítidos y exactos del bar, y me asombro de que todo esto sea obra de mi memoria. Volteo para ver a los amigos pero ya se han esfumado. El bar ahora esta vacio. El haber cobrado conciencia del sueño deshizo el hechizo de la ensoñación, y sus personajes se desvanecieron. Entonces decido irme volando hacia arriba, arriba, muy arriba, hacia la fría noche de Toronto.