miércoles, 25 de noviembre de 2009
!Bang! !Bang!
"The army has been released,
Killing foe for peace...bang, bang,bang.
Bang, bang, bang...
And they're giving me a wonderful potion,
‘Cos I cannot contain my emotion"
Genesis, Supper's Ready
Es sábado, temprano en la tarde, y acabo de salir de mi castillo inexpugnable, mi fortaleza de soledad de los fines de semana. Ese es el único sitio donde me hallo tranquilo y en paz, el lugar en el cual me recupero del desgaste de la semana. Hace un calor tórrido en el límite oeste de El Consejo, frente a la plaza de las banderas y el sudor corre a borbotones por mi frente. Afortunadamente, el bus que va a La Victoria llega rápido. Al montarme, me muevo hacia los puestos del fondo, práctica que realizo de manera sistemática, de tal manera de vigilar a los demás pasajeros, e impedir que ellos me vigilen a mí. No puedo tolerar cuchicheos de ningún tipo a mis espaldas, así que siempre me prevengo de que esto suceda. Los paranoicos somos así: siempre vigilantes, siempre desconfiados, siempre en alerta, nunca relajados. Todos los sentidos concentrados como un rayo láser, prestos a detectar el mínimo movimiento del enemigo. En fin, lo malo de los puestos del fondo, o quizás, lo divertido, es que en el fondo también se sientan los borrachos. Al sentarme, noto con aprehensión que al lado hay un señor canoso, de aspecto sucio y descuidado, en evidente estado de delirium tremens, haciendo gestos extraños y balbuciendo incoherencias:
-Mbla dgum, nclo ddumm, nñomadre, nodaaaa…
El colector, le increpa:
-Bájate de la mula viejo, o te mando a bajar en la alcabala…
El borracho recupera su coherencia:
-¡Que me vas a bajar tu un coño, tú no sabes quién soy yo!
El colector, le responde, desafiante:
- A mi no interesa un coño quien eres tú, ¡bájate de la mula!
El viejo le paga el pasaje, se para, y hurga en su bolsillo, sacando un pito:
-Yo soy policía de tránsito, piiiiiiiiiiiiiii, piiiiiiiiiiiiiiiii, estas multaoooooo, piiiiiiiiiii, piiiiiiiiii, estas multaoooooo…
El colector se aleja, diciendo:
-Ahora si me jodí yo con este viejo loco.
El borracho prosigue con su diatriba:
-Yo estuve en puente Ayala, en Tocorón, en Tocuyito y en El Dorado, que me vas a joder tú a mí un coño, Piiiiiiiiiii, Piiiiiiiiiiiiiiiiiii, estas multaooooo, yo soy policía de tránsito, ¡no joda!
EL viejo se vuelve hacia mí, y con su aliento fétido a caña clara me comenta:
-¡Viste que se fue, es un cagao!
-Claro, claro. Comento condescendiente.
EL viejo prosigue:
-Yo soy policía de tránsito, mira.
Me muestra un silbato de plástico, de esos que se consiguen en las piñatas, amarillento y sucio. Luego, prosigue con su historia:
-Yo estuve, en Tocorón, en puente Ayala, en Tocuyito y el Dorado, y estoy vivo, ¡no joda! Mi negra, mi negra bella…
Movido por la curiosidad, le pregunto:
-¿Qué hiciste, porque estabas preso?
Su respuesta fue escueta:
-¡Bang!, ¡Bang!
Bang, Bang. Admirable capacidad sintética, pensé. Luego le pregunté:
-¿Porque lo jodiste?
Su respuesta fue igual de breve:
-Por equivocao, -¡Bang!, ¡Bang!, lo dejé pegao.
Luego, le vuelvo a preguntar:
-¿Y no te jodieron en la cárcel?
-Claro, claro ¡mira!
El viejo se quita la gorra y me muestra su cabeza, surcada por numerosas cicatrices de cortadas, signos indelebles que poseen quienes han pasado por esas sucursales del infierno que son las cárceles venezolanas. También se levanta la camisa y me muestra una cicatriz en el abdomen. Luego, prosigue con su cantaleta:
-Yo estuve en Tocorón, en puente Ayala, en Tocuyito y en EL Dorado, y estoy vivo, no joda, no me jodieron…
Nuevamente le pregunto:
-¿Y no mataste a nadie en la cárcel?
-Claaaaaaaro, con un chuzo, zuasssssss, en la cárcel es matar o morir, matar o morir… Ni negra bella, no joda, mi negra bella. Mi negra bella, me sacó, mi negra bella, yo la amo, mua, mua, mua…
- El viejo besa repetidamente el espaldar del asiento delante de él. La señora que ocupa el puesto de adelante, alarmada por esa demostración afectiva tan cercana a su propia nuca, se levanta de su asiento y se mueve hacia otro puesto más alejado. El viejo nota su gesto y me comenta:
-Que se vaya pal coño esa vieja loca, ¡dígalo!
-Claro, claro, le respondo divertido.
-No joda, yo estuve en el Dorado, esa vaina si es atrinca, nadie sabe lo que yo pasé, nadie sabe lo que yo pasé, no joda…
Siento simpatía por el viejo criminal. En parte porque yo también celebro estar vivo, a pesar de las circunstancias, y en parte porque yo también tengo unas heridas en la cabeza, pero al contrario de las del viejo loco, las mías no cicatrizan. Nunca sanan, nunca sanan. Los hijo de putas de turno siempre se encargan de mantenerlas abiertas, además de agregar nuevas injurias a un inventario que ya tiene dimensiones ciclópeas. El bus se acerca mi parada y me pongo de pié, el viejo me habla por última vez:
-Chamo, pásame ahí 2 bolos.
Con gusto le doy 5 bolívares por su show y me bajo. Mientras camino hacia el centro comercial, sigo pensando: Bang, Bang. A mí también me gustaría organizar mi propio Bang, Bang personal, pero para eso necesitaría dos artefactos termonucleares: uno de 10 Kilotones para borrar del mapa un pueblo maldito y mezquino llamado La Victoria, y otro de 100 Kilotones, para vaporizar, volatilizar una ciudad miserable y asquerosa llamada Caracas. Ese si seria un verdadero BANG, BANG. Todos esos hijos de puta convertidos en simples átomos de carbono, hidrógeno y oxigeno, flotando sin rumbo en la estratósfera. Que ya lo dijo aquel sabio obispo catalán durante la cruzada contra los albigenses: ‘Matadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos’. Amén.
PD: Obviamente rescataría a mi familia y a algunos amigos del apocalipsis nuclear. A los demás, que se vaporicen todos, incluyendo al presidente que eligieron. Ah, las irrealizables fantasías de venganza.