miércoles, 17 de febrero de 2010

Cuatro historias taxisticas

Las abuelas también atracan.

Le sucedió a un taxista que trabaja en la zona de Chacaito. Era diciembre, y el movimiento de compradores y de clientes para los taxistas, estaba en su punto álgido. Buen momento para trabajar sobretiempo y hacer dinero extra, pues los clientes repletos de bolsas no faltaban. Uno de estos clientes era una amable señora con una caja de pasteles, de esas de color blanco, con el nombre y teléfonos de una panadería. La señora aparentaba los 60 y tantos años y tenia el cabello plateado por las canas. Su modo de vestir era reflejo de su tradicionalidad: un vestido de esos que figuran flores, lirios, etc. Toda una doña antañona, pues. Cuando el taxi ya ha avanzado bastante y está en medio de una callejuela oscura, la afable señora, que ocupaba el puesto trasero, abre la caja de las tortas, con gran donaire saca un revolver calibre 38 y suavemente lo coloca en la nuca del taxista. Entonces nuestra abuelita abre esa dulce boquita de Dios: ¡PARATE YA O TE QUIEBRO! El taxista obedece inmediatamente. A seguidas, la abuela ordena: DAME LA PLATA YA, RAPIDO! El taxista saca el dinero de su cartera y se lo entrega a nuestra provecta muestra del hamponato femenino. Por un breve momento el taxista mira a la doña con gesto de incredulidad. Nuestra intrépida abuela le increpa: ¿Que, pajuo, que?, vete pa’l coño ¡YA! La señora desaparece por una callejuela. El taxista prosigue su curso, sorprendido, azorado y sin dinero.

Ese boche no me lo podía pelar.

He escuchado dos historias muy parecidas de la boca de dos personas distintas y no relacionadas entre sí. La cosa va así: alguna chica, profesional y muy apurada en hacer alguna diligencia, toma un moto taxi, por decir en la avenida Francisco de Miranda. Por alguna razón me imagino a la chica además, muy linda y arreglada. El moto taxista toma la autopista Francisco Fajardo, que es la vía mas expedita para llegar al destino de la pasajera, pongamos por ejemplo, Las Mercedes. El tráfico está pesado, como es usual en la autopista durante las horas pico, y los motorizados circulan en la brecha que queda entre las filas de automóviles. De pronto, el motorizado se detiene, saca una pistola y atraca a uno de los automovilistas. La chica, presa del pánico, al principio no reacciona, paralizada por el miedo. Cuando al fin despabila y empieza a gritar y a reclamarle al moto-taxista que la deje bajarse, este le replica, impávido: quédate tranquila, quédate tranquila, que a ti no te voy a atracar, tú eres mi cliente, y prosigue su rumbo sin pararse. Muy por el contrario a los deseos de la chica, el muy bellaco motociclista acelera por si las moscas. La pobre muchacha opta por quedarse tranquila y aferrarse a la moto, ¿Qué mas podría haber hecho? Al llegar a su destino, la chica le paga con sus temblorosas manos el pasaje al moto taxista. Que nadie piense que nuestro motorizado es un patán, el hombre se toma su tiempo para excusarse: Y me disculpas esa mami, pero ese ‘Blackberry’ estaba bandera, y ese boche no me lo podía pelar. Como diría el nunca bien ponderado Condorito: ¡PLOP!


Ya no hay respeto.

Tomo un taxi desde la clínica La Florida hasta los Palos Grandes. El taxista es un señor mayor, refunfuñón. En una intersección, un auto pequeño se come la luz, y pasa velozmente frente a nuestro taxi, que debe frenar bruscamente. El taxista me comenta, colérico: ¿Viste esa vaina? No hay respeto, no hay un coño, esta vaina se la llevó el diablo. Mire usted, yo soy taxista, y cada vez veo vainas peores. La otra vez se montaron unas carajitas, bien buenas, bien vestidas como para una fiesta y entonces se bajaron y no me pagaron un coño, salieron corriendo. ¿Así es la vaina? Quizás eso haya sido una travesura de jóvenes, comento. ¿Travesura con la plata ajena? Tienen suerte que yo no soy un coñoemadre, porque si le hacen eso a una rata, las jode bien jodidas. La otra vez vi a un muchacho muerto en esa esquina que acabamos de pasar. Le pegaron un poco de tiros en la cara, ahora los matan así. ¿Aja?, comento. Si, y eso no es nada, todas las noches tengo que ver cada vaina, la otra vez llevé a un carajo que estaba metiéndole mano a la mujer por la falda y tocándole el bollo, ¿ah? Coño, no te puedes esperar a llegar al hotel y cojertela tranquilo, ¿ah? ¿Tengo o no tengo razón? Claro, claro, le replico. No joda y lo peor son los maricos, la otra vez lleve a unos besándose ahí atrás, y metiéndose mano, ¿ah? Ya no hay respeto, ya no hay un coño, hasta hay hoteles que aceptan maricos. ¿Ah, así es la cosa?, le pregunto. No joooda, tu no sabes el mariquerón que hay por ahí, yo que lo veo todas las noches. Cuando Pérez Jiménez, todos esos malandros, drogadictos y maricos iban presos, yo por mi los fusilaría, ¿ah? Claro, claro, le replico con sorna al pequeño Mussolini. El viejo prosigue con su perorata: Yo pensaba que Chávez iba a poner mano dura, pero nada, ahora hay más relajo, más droga y más malandraje. Esta vaina se jodió, ya no hay respeto.

Jehová interviene en un taxi.

Acostumbro tomar taxis viejos y destartalados, porque cobran menos. Si usted nota que el taxi es un Aveo año 2009 con muchos periquitos, sepa que el chofer le va a cobrar el costo de los giros y de los periquitos. En cambio, el dueño de un auto viejo sabe que no puede abusar con los precios. Una vez tomé uno de esos vetustos taxis, un Fairlane 500 en Gato Negro, dado que tenia que ir al depósito de KLM en La Guaira a reclamar unas cajas con libros, Cd’s y ropa de invierno que había enviado a Venezuela como cargo desde Ámsterdam. ¿Y a que parte va usted?, me pregunta el taxista. A la zona de aduanas, donde están los depósitos de las aerolíneas, le respondo. ¿Ah, y que busca usted ahí?, insiste el taxista. Bueno, es que yo estaba en viaje de trabajo en Holanda y al venirme, tenía cosas muy pesadas, y en vez de llevarlas en las maletas, que sale muy caro, las mandé en unas cajas como carga y ahora las tengo que buscar, explico. Ah, es que yo sabía que usted es un hombre de bien, me dice el taxista. ¿Perdón, que dice?, le pregunto. Que yo sabía que usted es un hombre de bien, porque Jehová me lo dijo, declara el taxista. ¿Y cómo es eso?, inquiero. Bueno, cuando alguien llama al taxi, yo lo veo y Jehová me ilumina y me dice si es un hombre de bien. ¿Ah, así es la cosa?, le repregunto. Si, figúrese usted que una vez también se monto un muchacho joven que iba a La Guaira en la noche, y cuando íbamos por la autopista, Jehová me dijo que tenía maldad, y entonces yo le dije: ¡No lo hagas!, ¡No vayas a hacer lo que quieres hacer!. ¡Cristo te ama, Cristo te ama!, ¡no lo hagas! Y entonces el muchacho se puso a llorar, y me preguntó que como sabia, porque iba a matarme para quedarse con el carro. Yo le expliqué que Jehová me lo dijo, y que Jehová lo perdonaba, ¡Alabado sea el señor! Mmmm, repliqué. El lector perspicaz intuirá el sumo interés que tiene de estar de buenas con Jehová en una ciudad como Caracas.