Hay destinos que son extraños. Hay destinos que son trágicos. El sino de el Jefferson fue ser ambas cosas. Dicen que terminó el bachillerato y más nunca estudió ni tuvo un trabajo estable. Dicen que era alto, flaco y desgarbado, y siempre caminaba por los pasillos del edificio encorvado, callado, con las manos en los bolsillos. Debido a su apariencia huraña y a ese aire a objeto destartalado que tenía, era objeto de burlas y chanzas por parte de los vecinos del bloque. Las muchachas llegaban a llamarlo 'El Gaferson’, y eso dolía, dolía…
Pero el Jefferson no era tan tonto como parecía. Tenía una habilidad innata y extraordinaria para la mecánica. Sin haber estudiado esa disciplina y sin necesidad de ayuda, podía armar y desarmar motocicletas, motores de automóviles…. y armas de fuego. Una habilidad como esa última no podía pasar desapercibida en un vecindario de alto riesgo como el 23 de Enero, en Caracas. Nadie recuerda como ni cuando fue su primer encargo. Lo cierto es que Jefferson pronto comenzó a recibir todo tipo de armamento para ser reparado: Colt 38’s. Colt 45’s cañon largo, Berettas, Lugers, FALs…. Con una habilidad y velocidad que envidiaría Forrest Gump, Jefferson desarmaba, limpiaba, engrasaba y luego armaba de nuevo los instrumentos de la muerte antes de devolvérselos a sus dueños. A los 25 años, Jefferson había encontrado su vocación.
Los ingresos eran magros, pero al menos el Jefferson podía mantenerse a si mismo y pagar sus vicios. Si, porque lo que realmente definió su destino trágico fue su adicción a las drogas duras, primero a la cocaína y luego al Crack, más asequible y más poderoso. Y en el 23 de Enero, centro neurálgico del tráfico de drogas y de armas en Caracas, nunca hay escasez de estas cosas. Una tarde, bajo los tóxicos influjos del crack, Jefferson decidió ejecutar su venganza, largamente meditada. Se asomó a su balcón en el piso 8, miró hacia abajo, donde estaban los jugadores de dominó y los bebedores de cerveza, quitó el seguro, y dejó caer la granada. Dicen los testigos que la escena era dantesca: piernas y brazos mutilados, gritos, sangre, un cercenado dedo índice apuntando hacia el balcón donde estaba el culpable.
Dicen que unos vecinos iracundos lo lanzaron del balcón del piso 8. Dicen que el mismo se lanzó al ver la magnitud de la masacre que había perpetrado. Otros dicen que había jurado llevarse consigo a muchos el día que se fuera de este mundo. Pero luego de los estridentes titulares de los periódicos, y de las grandilocuentes declaraciones sobre ‘investigar hasta el fondo’ el origen de esa granada, la vida y la muerte en el 23 de Enero prosiguen, solo que ahora hay un déficit de mano de obra para el mantenimiento armas de fuego, especialmente es estos tiempos en que los ‘Carapaicas’ y los ‘Tupamaros’ tienen fuentes de financiamiento oficial para mas y mejores armas. Más pronto que tarde, algún Maiker o Wilkerson tomarán el necesario lugar de el Jefferson en un vecindario signado por la violencia cotidiana. Que bien lo dice aquella pegajosa canción:
“Hay fuego en el ven – tri – tré
en - el - ven – tri – tré …”