“Valle de balas,
vivo en un valle de balas,
valle de balas,
la ciudad esta brava”.
Desorden Público.
Pensaba escribir este fin de semana sobre un tema menos sombrío, quizás sobre el famoso ‘Colisionador de Hadrones’ o sobre la música de ‘Porcupine Tree’, pero, ¿Cómo podría? En mi mente reinaba de manera obsesiva la chocante, la contundente imagen vista el Jueves mientras leía el periódico: Un moto taxista yacía muerto en un charco de sangre, justo en la entrada principal del Centro Comercial el Recreo, uno de los ‘mall’ mas importantes de Caracas. Unos compañeros de trabajo del fallecido hacían un corro alrededor del cuerpo. A dos metros más allá, la vida continuaba, y cruzando su mirada hacia otro lado, los transeúntes entraban y salían presurosos, pendientes de sus asuntos personales: Aquella chica quizás iba a Zara a ver las ofertas, ese otro quizás iba a encontrarse con su novia en la entrada del cine, aquel otro acaso iba a comprar un libro. Los miembros de la clase media venezolana se han convertido en una colección de avestruces, y creen que eso los va a eximir de ser la próximas victimas.
No en vano, la última edición de la prestigiosa revista ‘Foreign Policy’ ha elegido a Caracas como la ciudad más peligrosa del mundo, con una rata de 130 homicidios por cada 100 mil habitantes. Si la memoria no me falla, la siguiente ciudad en la lista tenia una rata de 70 muertes por cada 100 mil. Creo necesario recordar que las estadísticas oficiales son de dudosa exactitud, dada la ingeniosa política implementada por un rojo superagente policial según la cual ciertas muertes no cuentan. Por ejemplo, los crímenes que son resultado de ajustes de cuenta entre bandas no son contabilizados como homicidios de ‘Gente decente’. Tampoco los crímenes pasionales cuentan, según esta peculiar manera de contabilizar la violencia que azota al país. La cifra real debe ser mas contundente aun, y ahí estaba ese cadáver tirado en el suelo, para recordarnos que vivimos en la ciudad mas violenta del mundo. Un dudoso honor que suponemos pronto será desmentido por el eficiente ministro de propaganda revolucionaria, a pesar de que dentro de las estadísticas de ese mismo día, murieron cuatro personas durante en un tiroteo en un velorio, incluyendo un desvalido en silla de ruedas, y a pesar de que esta misma semana el CICPC encontró en Petare una fabrica de balas con capacidad para producir 20 mil municiones al mes. Nos imaginamos que para abastecer las necesidades del Oeste de la ciudad, otra oculta factoría produce eficientemente un número equivalente de rondas en alguna parte de La Silsa o de El Manicomio.
Nos hemos acostumbrado de tal manera a la violencia cotidiana que estas imágenes ya no nos chocan, estamos inmunizados contra el natural estupor que debería causar la muerte violenta de un ser humano. Cuando nos toca presenciar uno de estos eventos, simplemente apartamos la vista e internamente rogamos a Dios, a la suerte o a quien sea que este destino nunca nos toque a nosotros. Tanta es la costumbre, que cuando vemos en los diarios que la cifra de asesinatos es de 30 personas en un fin de semana, un verdadero parte de guerra interno, nos alegramos de que la cifras estén bajas. Esto es una verdadera anormalidad, es la excepcionalidad de una criminalidad rampante convertida en norma de nuestras vidas. Como contraste, recuerdo la alarma que había el pasado mes de Marzo en Toronto, una ciudad de 6 millones de habitantes, porque había habido 6 asesinatos en 2 semanas y para el habitante promedio de esa ciudad, esto era motivo de gran alarma y preocupación. Como resultado, las autoridades policiales dieron una ruda de prensa para explicar las medidas a ser tomadas para reducir una ola de crímenes de los ciudadanos de Toronto justamente juzgaban intolerable.
¿Que hacer? Cualquier persona no experta en el tema sabe que este es un tema muy complejo, cuyas raíces están en la pobreza y la falta de educación, y cuyas soluciones de fondo son a largo plazo: Educación, empleo, prosperidad, oportunidades. Solo podemos decir que este fenómeno es un signo de la profunda descomposición que afecta nuestra sociedad, y evidencia contundente de cómo este proceso se ha profundizado en los últimos 10 años, a pesar de todas las peroratas oficiales al respecto. Al contrario, sabemos que el odio social se ha exacerbado en los últimos años, estimulado por el discurso violento y divisionista del gorila de la gorra roja. Por ahora, solo podemos exigir al estado que al menos sea más eficiente en aplicar el paño caliente de la represión policial y su contraparte procesal. Si el gobierno aduce falta de recursos, le podemos sugerir tomar prestadas unas 25 maletas repletas de dólares, de esas que tan frecuentemente salen de antro de peculado que ahora es PDVSA.
En los barrios Caraqueños, el hampa impone su ley del terror, su estado de sitio hamponil contra las clases populares todas las noches. Ellos son la carne de cañón, las tropas en el frente de batalla de esta guerra sorda e implacable. La clase media, a su vez, se encierra en sus guetos, cierra las entradas, paga a vigilantes, pone rejas, alambres de púas,rayos infrarojos, candados, alarmas, y se agazapa frente a su TV, esperando que ese tiroteo que resuena en la atemorizante noche del valle de Caracas, este sucediendo lejos, muy lejos…
PD: Estoy publicando esta entrada el dia lunes a las 4:35 pm. Acabo de leer la version Web del diario y veo este titular: 'Asesinados dos jóvenes al lado del palacio de Miraflores'. El que quiera ver (y tomar acción) que vea.